RASGOS DEL UNIVERSITARIO
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1.- Cultivo
del espíritu, interés por los valores culturales
Considera
todas estas cuestiones como valores culturales muy estimables que le gustaría
poder alcanzar, que merecen su atención. Es lógico que cada uno se sienta
atraído por unas manifestaciones de la cultura más que por otras, pero en
principio todas le parecen de interés, con todas sintoniza y cualquiera de
ellas produce en su espíritu más o menos intensas resonancias. El universitario
resulta así ser, aunque en grado muy variable, un hombre cultivado, culto, en
quien las cosas no resbalan sino que son objeto de reflexión. Es una persona
que es capaz de conversar sobre una amplia gama de temas de interés humano y de
plantear interrogantes profundos porque tiene el hábito de considerar con
hondura la realidad, de pensar en las diversas cuestiones.
No se trata,
en absoluto, de que el universitario lo sepa todo de cualquier cosa, pues ni
siquiera puede saberlo todo del campo a que se dedica. Lo que importa es que
además de procurar adquirir dominio en su especialidad, consciente de cuanto de
ella ignora, quiera poseer formación básica suficiente acerca de las grandes
cuestiones que dan luz, orientación y sentido a la vida del hombre y tenga su
ánimo despierto y sensible ante las diversas expresiones del espíritu humano
que configuran la cultura.
2.- Hábito de
estudio
Los años
universitarios generan el hábito de querer conocer a fondo los temas acerca de
los que se ha de formar opinión. La metodología propia de la Universidad se
basa en estudiar los datos de un problema, reflexionar sobre sus distintos
aspectos, analizar con ponderación los pros y los contras de las posibles
soluciones.
La respuesta
a una cuestión nueva no se debe improvisar, sino que ha de ser antes estudiada
y para eso se precisa disponer de la información imprescindible. Por poco que
se haya tenido acceso a la bibliografía científica, se ha adquirido el
convencimiento de que sobre cualquier materia se ha pensado y escrito mucho,
por lo que antes de pretender descubrir o aportar algo original es más honrado
y provechoso acudir con sencillez y estudiosidad a las abundantes publicaciones
existentes, porque en otros casos se corre el riesgo de descubrir lo que ya se
sabía, cuando no de caer en el error o el disparate.
El
universitario es además consciente de que no suele resultar fácil descubrir la
verdad y penetrarla desde el primer intento; sabe que ésta le rehuye: se la
atisba un momento y luego desaparece, como si la verdad se quisiera escabullir;
conoce que ha de insistir una y otra vez, dar vueltas a las cuestiones, hasta
hacerse con la verdad. Por esto, el universitario no se deja llevar por la
improvisación, por la ligereza; ni se deja someter a planteamientos que
presenten estas características; desconfía de quien abusa del golpe de vista,
sabe que ha de defenderse de las primeras impresiones, y que antes de establecer
un juicio de valor necesita estudiar con trabajo el asunto, conocer bien los
datos, ponderar las razones en uno y otro sentido, atender a los diversos
aspectos del problema, a las diferentes partes que entran en conflicto en una
situación.
3.- Rigor
crítico
Descubre con
agudeza el sofisma, el engaño. Esta actitud habitual le defiende entre el
"slogan", le protege frente al deslumbramiento, le permite rechazar
con firmeza aquello que entiende equivocado, no aceptar algo como verdad por el
mero hecho de que se le repita con machacona insistencia; hace que no ceda ante
el argumento de una autoridad que no merece su confianza y que no dé por buena
una solución ni una conducta por el simple hecho de que está avalada por la
simple aceptación mayoritaria. Somete todo a reflexión, a estudio, sopesa los
razonamientos, gusta conocer los argumentos a favor y en contra; antes de
aceptar una proposición, necesita saber bien de qué se trata y adquirir un convencimiento
suficiente.
Por este
motivo, el auténtico universitario es difícilmente manipulable, se resiste a
cualquier intento de manejo, de instrumentalización; no se deja influir -y
menos arrastrar- porque sea mayor o menor el número de quienes han adoptado una
determinada postura; no es apto para ser llevado y traído en rebaño de un lado
para otro. De aquí que se le tache en ocasiones de "rebelde".
4.- Humildad
intelectual
Mas esta
desviación no suele darse cuando hay finura de espíritu, cuando se tiene
verdadera perspicacia. Porque el propio rigor científico conduce a hacer
patentes las limitaciones personales, y aun la entera insuficiencia humana. Y
así, el verdadero universitario suele poseer esa valiosa cualidad de la
humildad intelectual, por la que se tiene muy presente la debilidad de lo que
se conoce y la inmensidad de cuanto se ignora, y que de ordinario se acompaña
de cierta inseguridad en sí mismo, de desconfianza en las propias
apreciaciones, del deseo de contrastar opiniones y datos, de guardar respeto y
estima a las honestas aportaciones de los demás, y sentir admiración por los
avances que se logran en campos científicos ajenos, ante los cuales puede
mostrarse en ocasiones como con una encantadora ingenuidad.
Capta con
creciente claridad la reducida y trabajosa capacidad de comprensión del hombre,
su ignorancia abismal en tantas cosas, la infinidad de interrogantes que restan
inasequibles. Y admite que pueda haber una realidad que se le escape, que no
perciba, pero que adivina más alta y luminosa.
Como
resultado de la reflexión sobre las cosas y de profundizar en las cuestiones,
se adquiere el criterio, como algo que se sedimenta con los años. Un criterio
en cuya formación han intervenido múltiples elementos, pero que se ha hecho ya
personal, está integrado en uno mismo. El criterio queda muy directamente
incluido en la personalidad; es un elemento por el que se manifiesta el ser
personal de cada uno. El "hombre de criterio" nunca es parte de masa,
no es conformista, no se somete pasivamente, jamás será juguete de otros a modo
de un "robot" programado. Cualquiera que sea el ambiente que le
circunde, no se deja arrastrar por él, no navega en él a la deriva, ni en él
naufraga, sino que adopta su rumbo personal. Si es preciso, va contra la
corriente, e incluso crea a su alrededor un ámbito de influencia más o menos
extenso, al que irradia su propio modo de entender las cosas.
Ser hombre de
criterio -de recto criterio- es poseer un enfoque y una respuesta acertada ante
las situaciones y problemas de mayor trascendencia, es ser capaz de encuadrar
los hechos y las argumentaciones en unas coordenadas justas, es tener de las
cosas una visión serena, ponderada, real.
En medio de
la vorágine del vivir de hoy, en un mundo de tanta confusión, precipitación y
desconcierto, en el que el engaño, el error o la simple afirmación infundada se
proclaman y difunden con medios persuasivos de gran alcance y poder de
penetración, resulta de suma importancia que el universitario incorpore con su
afán de verdad, con su hábito reflexivo, pensante, ese buen criterio que es luz
para uno mismo y para otros, que confiere fortaleza y asegura la autonomía y la
libertad responsable, al enjuiciar un asunto o adoptar una decisión.
6.- Actitud
consecuente
Las
cualidades hasta ahora referidas hacen que el universitario no adopte de
ordinario postura sin cierta maduración del tema, que no sea fácil de convencer
sin suficientes argumentos, que no se entregue a un razonamiento superficial ni
admita a la ligera la autoridad de otro. Con frecuencia, los temperamentos
pragmáticos e impulsivos tienen la impresión de encontrarse ante alguien
excesivamente lento, demasiado vacilante y dubitativo, lo que les desespera un
tanto. No obstante, una vez que un hombre cultivado ha adquirido suficiente
convicción sobre algún punto, éste queda arraigado fuertemente en la mente,
porque la luz que se ha encendido en su inteligencia ya no declina y la
adhesión que se ha prestado a esa verdad descubierta es muy firme y estable.
Es cierto,
sin embargo, que a veces el hombre, por la debilidad que le es propia, puede
sentir el atractivo de intereses inferiores hasta el punto de que se nuble su
inteligencia, se desdibuje lo que antes se veía con claridad y cerrando los
ojos a la luz y haciendo oídos sordos a la voz de la conciencia, niegue con las
obras lo que ya no puede negar con la mente. Esta concesión culpable, contraria
a la ética, sobre todo si es suficientemente reiterada, despierta una tendencia
a la justificación para hacer menos duro el contraste y la disociación entre lo
que se entiende y lo que se hace. Por este camino, se puede llegar también a
que se debilite o aún se borre aquella convicción tan firme. Pero suele ser
frecuente, sobre todo si la formación intelectual del universitario ha sido
auténtica, que esa contradicción en las obras, esa falta de consecuencia en la
conducta, se reconozca como lo que es, como una claudicación de la voluntad, y
no se admitan falsas justificaciones ni autoengaños; entonces suele también
sentirse como un impulso interior que mueve a rectificar, a volver a la
congruencia entre el pensamiento y la vida, a recobrar la rectitud ética.
Parece obvio
decir que el hecho de ser consecuente con las propias convicciones no puede dar
motivo para ser tachado de engreimiento ni de obstinación. Sería engreído quien
no se fiara más que de sí mismo y despreciara las razones de otros por
considerarlos muy inferiores a él. Sería obstinado quien no quisiera abrirse a
otras razones, quien prefiriera mantener su parecer aún a costa de percibir que
puede estar equivocado. Justamente, el buen universitario gusta de dar razón de
lo que piensa y de que otros hagan lo mismo: cuando está firmemente convencido
de algo, porque desea ayudar a salir del error a quienes entienden lo
contrario; y cuando tiene una simple opinión sobre un tema, porque espera que
al conocer lo que los demás piensan sobre el mismo asunto se hará más luz en su
inteligencia.
7.- Amor a la
libertad
Esto hace sin
duda que el talante universitario confiera a quien lo posee una mayor
independencia, ser mucho más celoso de la libertad y lo es tanto de la libertad
propia, como de la ajena. Uno puede verse obligado por la coacción física o
moral, por "presiones" a hacer lo que no quiere, pero sabe
perfectamente que hay un ámbito íntimo y personal en el que nadie tiene
posibilidad de irrumpir para forzarle contra su voluntad.
Se es tanto
más libre cuanto con más claridad se descubre la verdad encerrada en los
términos de una elección, cuanto más y mejor se conoce; y también, cuanto más
se descubre lo engañoso de un atractivo falaz. Por otra parte, uno se deja
llevar por otros tanto más fácilmente cuanto menos hábito crítico posee, cuanto
menos acostumbrado está a reflexionar y decidir por sí mismo, cuanto más
desarmado se halla para darse cuenta de la falsedad de una razones, de la
incongruencia de un planteamiento.
A estas
personas que han ejercitado poco o nada la agudeza intelectual, se las puede
envolver con frases bonitas o sonoras, con unos pocos sofismas, con argumentos
vacíos, aunque aparentes. Y de este modo, son manejados por unos y por otros,
no son verdaderamente libres. Quien tiene espíritu universitario, se comporta
en cambio de modo muy distinto, no se deja manejar ni engañar, es más dueño de
sí mismo, se sabe independiente y no está dispuesto a que nadie doblegue su
libertad, aún cuando esta actitud pueda acarrearle no pocos sacrificios. Actúa
en realidad más como "persona", y cuando se entrega de lleno a un
ideal lo hace en virtud de una decisión de su voluntad plenamente libre, porque
algo verdaderamente le convence.
8.-Respeto a
los demás
El gran valor
que se da al modo personal de entender las cuestiones, a la necesidad de
adquirir personalmente convicciones, y el rechazo de cualquier acción que
pretenda imponerse por la violencia, también impide la pretensión de forzar a
los demás a que piensen como uno mismo. Se exige respeto para sí y se guarda
también un delicado respeto a los demás.
Como antes ya
se decía, el universitario se siente seguro de muy pocas cosas, es consciente
de la debilidad de muchas de sus apreciaciones y no sólo no le importa, sino
que gusta contrastar sus pareceres con los de otros para lograr un mayor
enriquecimiento y aproximación a la verdad.
Por todo
esto, al exponer a otros su opinión personal o aún al tratar de hacerles
entender aquello de lo que está seguro, suele gustar de formas siempre
respetuosas con las posturas diversas o antagónicas. No suele acudir a
afirmaciones rotundas, directas, aplastantes, que no dejan lugar a la
discrepancia, sino que prefiere presentar sus propias razones de modo
insinuante, para que, poco a poco, el interlocutor las vaya entreviendo y
llegue luego a comprenderlas sin sentirse ofuscado en ningún momento por exceso
de luz. Se busca más sugerir que afirmar; ilustrar, más que dominar; se
pretende facilitar que los otros descubran aspectos que no habían considerado o
errores que antes estimaban verdades, mucho más que imponerse con argumentos
apodícticos o de mera autoridad.
En
consecuencia, el buen universitario no es un autoritario, cerrado en sus
propias convicciones, sino que está siempre abierto a dialogar y comprender a
quienes tienen otros modos de pensar, porque su disposición habitual es la de
quien quiere enseñar y aprender, mejorar los propios conocimientos y ofrecerlos
a otros para que puedan participar en ellos. Como resultado de este intercambio
de opiniones abierto y sincero, presidido por el respeto a los demás, todos se
enriquecen y se aproximan progresivamente a la verdad. No se trata de
"salirse con la suya", de vencer o salir derrotado, sino de encontrar
la verdad. Como consecuencia, unas veces se convencerá al otro, otras será uno
mismo el convencido y también habrá casos en que los pareceres continúen
discrepantes pero con ganancia para la mutua comprensión y respeto.
Nada más
lejos de una conversación entre verdaderos universitarios que la discusión o
disputa acalorada, violenta y vociferante, como si un razonamiento adquiera más
poder de convicción por exponerlo a gritos o de un modo insultante o
despreciativo para quien no lo admite. No se trata de intercambiar pareceres
como se propinan los puñetazos en el boxeo, para vencer y anular al contrario.
Por muy seguro que se esté de algo, no se puede convencer al otro por la
fuerza. El único camino es procurar abrir la mente del otro a la verdad, llevarle, con respecto y afecto, a
que descubra la debilidad de los apoyos en que basaba su parecer erróneo,
conseguir que perciba las razones de la posición que antes rechazaba, hasta que
la haga suya por sí mismo. Y todo esto sin que en ningún momento haya podido
sentirse herido, sin ningún menoscabo de la dignidad personal.
El respeto a
quien piensa de otro modo, el respeto a la libertad de los demás, no debe
interpretarse como signo de debilidad de convicciones, como postura escéptica o
relativista. Responde simplemente a la elevada consideración que se tiene de la
libertad del hombre y al convencimiento de que la verdad jamás puede ser
impuesta a la mente desde fuera, sino que para ser aceptada ha de ser antes
contemplada, comprendida o al menos se han de dar motivos merecedores de
suficiente confianza.
9.- Sentido
de la dignidad de la persona y de la convivencia social
Con su
inteligencia, el hombre puede penetrar en el conocimiento de la naturaleza de
las cosas, en su significación y finalidad, en su relación al Creador; puede
vislumbrar a Dios, escucharle y entender mejor con su ayuda el sentido de la
existencia humana, el destino último del hombre, su papel en el conjunto de la
Creación, el tipo de relaciones que le unen a los demás hombres, todo un
conjunto de realidades que son origen de derechos y deberes universales e
irrenunciables. Cuanto más consciente es el hombre, cuanto más descubre su
relación con Dios, sobre todo si su inteligencia está iluminada por la fe
cristiana, alcanza mayor significación de su ser personal, puede ser más libre,
menos dependiente de las circunstancias. Al saberse persona, no busca
encubrirse en el anonimato, sino que afronta las situaciones y adopta
decisiones personales, libres, definidas, encarándose con las responsabilidades
consiguientes.
Pero, además,
el hombre vive en sociedad, en unión de muc has otras personas como él, con las
que establece múltiples interrelaciones. Y esto ocurre porque así corresponde a
la naturaleza humana, para que todos puedan satisfacer sus necesidades
materiales y aún más las del espíritu, ayudándose mutuamente, complementándose
unos y otros conforme a sus diversas aptitudes y funciones. Cualquier miembro
de la sociedad es, en cuanto persona, igualmente respetable; tiene la misma
dignidad esencial, sin que esto signifique que todos posean las mismas cualidades
o que todos merezcan la misma consideración por su conducta.
Es plenamente
legítimo que la sociedad honre y otorgue premio a quien muestra un
comportamiento ejemplar y destaca por su generosidad; como también lo es que
imponga castigo a quien culpablemente lesiona los derechos ajenos. Pero no debe
herir nunca la dignidad de nadie porque todos tienen derecho a que se les mire
y respete como personas.
Pero, como
aclara Millán Puelles, "el bien común no existe como algo independiente y
separado de las mismas personas que conviven, sino como algo en lo que todas
participan de un modo personal, igual que personalmente contribuyen a que este
bien exista". Cada uno debe subordinar su bien privado al bien común y con
esto no padece su dignidad personal porque "la sociedad es para la
persona" y no al contrario; la sociedad está al servicio de la persona
humana, es decir, ha de facilitar a cada una de las personas que la integran el
bien común a todas ellas. La razón de que deba haber subordinación al bien
común es precisamente que se ha de respetar la dignidad de todas las personas y
no solamente la de unas pocas. El bien común tiene, desde luego, primacía sobre
el bien privado, pero la sociedad debe servir a todas las personas.
Una mente
cultivada, como cabe esperar sea la del universitario, ha de ser en principio
más capaz de liberarse de la tendencia egoísta que sólo busca el bien
particular; está en condiciones de apreciar mejor el superior valor del bien
común, de apetecer ese bien más amplio y elevado, que de algún modo es a la vez
bien para él mismo. El universitario, que ha adquirido los hábitos
intelectuales, debe también ser más generoso y magnánimo; y más perspicaz para
calibrar el alcance y la gravedad de los deberes para con el bien común, los
que exige la justicia en los ámbitos individual y social. La nobleza, la
lealtad, el espíritu de sacrificio, y tantas otras virtudes humanas, habrían de
brillar más en él, precisamente por su mayor capacidad para estimar los más
altos valores que encierran.
Es razonable,
por esto, que el verdadero universitario cuide tantos aspectos que hacen más
grata, amable y beneficiosa la convivencia social: el respeto a los demás, a
sus derechos, a sus opiniones, a su libertad; el trato lleno de consideración,
de delicadeza, de atención; el saber escuchar y esforzarse en comprender; el
estar abierto a gustos distintos de los propios, a temas que a otros interesan;
toda una amplia gama de cualidades que se suelen atribuir al hombre educado y
correcto. Y no actúa así solamente por cuanto esto permite una coexistencia más
cómoda, sino por el personal convencimiento de la dignidad de quienes le
rodean, por la íntima consideración que éstos le merecen, porque los demás no
le son indiferentes, sino que le importan, por humana fraternidad.
Cuando el
universitario tiene que mandar o dar indicaciones sobre algo, tiende a explicar
las razones, a que se comprenda el porqué; desea convencer. No se impone -diría
probablemente Alvaro D'Ors- por su "potestas" sino por su
"auctoritas"; posee autoridad, pero no es autoritario. Por esto,
prefiere contar con los demás, desea conocer su parecer, busca su cooperación.
En la comunicación personal es sencillo, no gusta de distanciamientos ni de
engaños.
Es importante
conseguir que la Universidad constituya un modelo de convivencia social, que
marque esa impronta en cuantos pasan por ella. El ambiente de las relaciones
personales en las aulas, en los laboratorios, en los pasillos, cafeterías o
bibliotecas, en el trabajo y en el esparcimiento, en las actividades deportivas
o en cualesquiera otras, debe ser escuela viviente para el ejercicio de las
virtudes de la convivencia, de modo que éstas sigan más tarde vigorosas y
actuales, una vez que se esté definitivamente inserto en la sociedad.
10.- Mentalidad
de servicio
Una
consecuencia de poseer un sentido suficientemente elevado de la dignidad de la
persona humana es encontrar satisfacción en ayudar a los demás, sentir la
alegría de servirles, descubrir esta nueva dimensión de la actividad humana que
puede definirse, con palabras del Fundador de la Universidad de Navarra, como
"mentalidad de servicio".
Es legítimo
desarrollar la propia inteligencia, adquirir más cultura, adquirir algún
dominio sobre la naturaleza, estar en condiciones de actuar con mayor grado de
conocimiento, de libertad, de autonomía responsable. Con todo esto, no hay duda
de que se puede conseguir vivir más intensamente como persona. Estos anhelos se
ennoblecen considerablemente, cuando ese enriquecimiento espiritual permite de
una parte adquirir más radical conciencia de cuanto Dios significa para el
hombre y, de otra, se orienta hacia un servicio desinteresado a los demás, que
contribuya a que la vida resulte más grata y a que la sociedad sea más justa y
más amable.
Esta
mentalidad de servicio, no se ha de ver, simplemente, como algo laudable y
meritorio, sino que constituye un deber ético, erigido por la solidaridad y
fraternidad humanas, que ha de poseer el universitario como un elemento de su
espíritu, que incluye diversas manifestaciones:
a) En primer
término -como algo que resulta básico y que puede servir muchas veces de
contraste de autenticidad-, esmerarse en realizar el propio trabajo
profesional, la función que cada uno desempeña dentro de la sociedad, de la
manera más acabada que se pueda, lo mejor que sea posible. Supone el fiel
cumplimiento de los deberes profesionales, el continuo afán por perfeccionar
los propios conocimientos, el superarse en el ejercicio de la profesión, como
medio primario de ofrecer a la sociedad, a los demás, un buen servicio.
c) Se ha de
mencionar también el servicio a la sociedad que se deriva de la posesión de
sensibilidad social, del vivo sentido de la responsabilidad ante los asuntos de
interés común, de la conciencia clara de que al universitario le atañen mayores
deberes sociales justamente por tener mayores conocimientos y cultura, por
haber podido adquirir más hondo sentido de la justicia.
d) El
universitario ha de ser también sensible para prestar ayuda espiritual y
material a los demás, para hacerles llegar los beneficios de la cultura, para
que descubran en mayor grado su propia dignidad y sepan actuar en consecuencia.
En todos los ambientes en los que convive, en el profesional, familiar y
social, hay junto a él personas que necesitan de su generosidad, de su entrega
a una siembra de verdad, de justicia, de amor y de paz.
e) Por otra
parte, cuando en el ambiente se perciben corrientes embrutecedoras, o se
lesionan derechos esenciales de las personas, la responsabilidad social impide
el silencio, la pasividad o la indiferencia, reclama del universitario las
actuaciones oportunas. No se puede dudar de que un universitario puede hacer
mucho para despertar a otros de su letargo de pasividad y que debe estimular la
iniciativa en servicio de tantas empresas generosas en bien de los hombres. De
igual modo, esa misma responsabilidad debe incitar al interés por las
cuestiones públicas y a la participación en la recta configuración de la
sociedad.
A nadie
escapa que la mentalidad de servicio requiere vencer en tantas ocasiones la
comodidad y aceptar "complicarse la vida" en bien de muchos. Pero es
una virtud muy propia del verdadero talante universitario. El servicio así
entendido no rebaja, no esclaviza, sino que por el contrario, enseñorea y
ennoblece, por lo mismo que es libremente querido y generosamente practicado.
11. RESPONSABILIDADES
DEL UNIVERSITARIO ANTE LA SOCIEDAD
Todas estas
características éticas que contribuyen a configurar el talante universitario
deben estar presentes, con naturalidad, en la vida de cualquier profesional
procedentes de una Universidad, a modo de hábitos intelectuales que informan
las más diversas manifestaciones de su quehacer diario: en los diferentes
aspectos de su dedicación profesional, en su comportamiento como ciudadano, en
todas sus relaciones en la sociedad y en su propia vida personal y familiar. La
formación adquirida supone haber asimilado una consideración elevada de la
dignidad de la persona y una profunda estimación de los valores más nobles del
hombre. Todo esto representa a su vez más consciente responsabilidad ante uno
mismo y ante los demás, que emana de la mayor claridad de convicciones, del
conocimiento más pleno de la realidad.
El
universitario ya inserto en la sociedad debe asumir en ella esa responsabilidad
mayor:
1) siendo
consecuente con la verdad;
2) cumpliendo
con ejemplaridad los deberes que le competen como profesional y como hombre; 3) contribuyendo cuanto le sea posible, con generosidad y alteza de miras, en favor de la justicia, respeto, comprensión y concordia entre los hombres.
Este modo de comportarse no sólo le viene exigido por la más alta educación que ha tenido oportunidad de recibir, sino también como algo que la sociedad tiene derecho a esperar del universitario, ya que esos niveles educativos, con el especial cultivo de la inteligencia que conllevan, son soportados en cierto modo por toda la sociedad para que aunque sólo sean seguidos por una parte de ella, reviertan en estimación de los valores del espíritu y logros científicos y culturales que a todos interesan.
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